Sea cual sea la caracterización de su trabajo, la cuestión es que es extremadamente bueno en él. En su primer álbum, Summertime ’06, de 2015, hiló una historia sin sentimentalismos de la pobreza a la riqueza, empezando por su juventud en Long Beach, California, ofreciendo una nueva perspectiva de una vieja historia americana. En su segundo álbum, Big Fish Theory, del año pasado, asumió más riesgos musicales que ningún otro rapero de las grandes discográficas de esta década que no se llamara Kanye o Kendrick, colaborando con los productores electrónicos de vanguardia Sophie y Flume, entre otros, para aprovechar los evangelios gemelos del techno de Detroit y el house de Chicago.

Sin embargo, Staples -a quien le encanta agujerear las ilusiones del mundo del espectáculo- se apresura a señalar que ninguno de los dos álbumes fue un éxito comercial. «¡Tuvieron que pasar tres años para que ‘Norf Norf’ se convirtiera en disco de oro!», dice sobre su single más exitoso. Y aunque muchos aplaudieron Big Fish como un audaz rechazo a las tendencias de los 40 Principales, Staples sostiene que eso se debe en parte a que grandes productores de rap -como, por ejemplo, Mike Will o Metro Boomin- no están interesados en colaborar con él. «No soy accesible», dice. «Confía en mí»

Se dirige a su mánager, Corey Smyth, más conocido por algunos como el consigliere de Dave Chappelle: «Corey, ¿alguna vez se nos ha acercado algún productor de éxito en plan ‘Oye, quiero trabajar con Vince’?»

En realidad no, confirma Smyth. «La gente cree que lo hacemos por nuestra cuenta», dice el mánager. «Parece que lo tenemos todo junto. Pero tenemos marcas más grandes que alcanzar. Nos gustaría que participara otra gente, seguro».

«No pienso en esas cosas», dice Staples. «Me importa mi nivel, no el de ellos».

Desde la perspectiva de una persona ajena, parece haber perseguido sus objetivos creativos con una intensidad única desde que empezó a rapear alrededor de los 15 años. Pero Staples dice que la pobreza que le rodeaba de niño hizo que nunca pudiera permitirse nada parecido a un sueño de éxito futuro. «Nunca tuve uno de esos. No digo que eso sea algo bueno, simplemente nunca lo tuve. No todo el mundo crece así. Algunas personas no tienen la suerte de poder pensar en toda esa mierda de ‘quiero ser bombero'».

Cuando nos encontramos, está en la ciudad para un par de espectáculos en el Theater at Madison Square Garden, con capacidad para 5.500 personas, con Tyler, the Creator, a cuyos fans llama en broma «hippies». Tumbado con una bolsa de la compra de Comme Des Garçons a sus pies, no parece especialmente emocionado por la actuación que le espera. «Nadie quiere subirse al escenario y gritar durante una hora», dice. «Pero es la única forma de ganar dinero en la música, así que he aprendido a amarlo».

En Twitter, unos días después, es más rotundo. «No seas tonto, el directo de Vince Staples está a la altura de algo que verías en el Centro Pompidou», escribe, en referencia al museo de arte contemporáneo de París. «Aumenta tu comprensión».

Un ávido admirador del arte moderno, gritó a la difunta escultora feminista Louise Bourgeois en «Rain Come Down» del año pasado. El satírico visual posmoderno Richard Prince es otro de sus favoritos. Staples menciona las fotografías de Marlboro Man que infringen los derechos de autor de Prince y su juguetona reimpresión de El guardián entre el centeno con su propia firma. «Pero su Twitter es lo que más me gusta de él», añade con una sonrisa. «Es un gilipollas. Mi tipo de hombre».

Después de terminar sus compromisos de gira por Estados Unidos esta primavera, Staples tiene previsto bajar el ritmo. Este verano, tocará en algunos festivales europeos pero, por lo demás, se mantendrá tranquilo, en la primera pausa real de su incesante ciclo de promoción de discos y giras de los últimos tres años. «No se trata de una pena, de un ‘lo dejo'», dice. «Sólo quiero echarme una siesta. Y comprar un coche eléctrico. Estoy intentando reducir mi huella de carbono, sea lo que sea que eso signifique».