Los grupos sanguíneos -y sus anticuerpos- están siendo explorados en la inmunidad al SARS-CoV2
El COVID-19, que surgió por primera vez en Wuhan, China, en diciembre de 2019, está arrasando sin descanso en todo el mundo. La magnitud de la epidemia ha provocado el caos y ha llevado a la Organización Mundial de la Salud a declararla pandemia en marzo de 2020.
Entender el virus es la preocupación de los científicos que tratan de desentrañar sus misterios como primer paso para encontrar formas de detener la propagación de la enfermedad, y para encontrar una vacuna. Cada día los científicos descubren cosas nuevas sobre el SARS-CoV-2, el virus que está detrás de la enfermedad de rápida propagación COVID-19.
Un área de investigación es su relación con otros coronavirus. Por ejemplo, se ha identificado como parte de la misma familia de coronavirus que causó el Síndrome Respiratorio Agudo Severo (SARS) y el Síndrome Respiratorio de Oriente Medio (MERS). El SRAS se identificó por primera vez en 2002. Causó una enfermedad respiratoria grave que fue mortal en aproximadamente el 10% de los casos. El MERS, por su parte, se originó en Oriente Medio y, aunque es menos infeccioso, causó la muerte en alrededor del 37% de los casos.
Los científicos que investigan el SARS-CoV-2 han descubierto que su estructura es muy similar a la del SARS-CoV. Pero también hay una serie de marcadas diferencias. Por ejemplo, una de las diferencias más sorprendentes del COVID-19 es su rápida propagación por todo el mundo.
Cerrar la brecha en la comprensión de estas diferencias y similitudes es lo que se interpone entre los científicos y una solución a la enfermedad de rápida propagación. Una línea vital de investigación sobre cómo el cuerpo es capaz de combatir y superar la infección es cómo los tipos de sangre -y sus anticuerpos asociados- podrían influir en la respuesta inmunitaria.
Similitudes y diferencias
El SARS-Cov-2 tiene forma redonda y una serie de proteínas denominadas espigas en su superficie. Estos picos se unen al mismo receptor celular humano (enzima convertidora de angiotensina 2) que el SARS-CoV. Esta información es importante, ya que sugiere que el virus utiliza el mismo mecanismo para asegurar que los genes virales entren en la célula huésped, se repliquen e infecten otras células. Los científicos pueden utilizar esto para desarrollar fármacos que inhiban la unión de la proteína pico y así frenar la capacidad de replicación del virus
Otra similitud es la estructura de la proteína pico que se llama NSP15. Científicos de varias universidades de Estados Unidos han estudiado la estructura de esta proteína y han descubierto que es un 89% similar a la proteína NSP15 del SARS-CoV.
Al igual que el COVID-19, el SARS era altamente infeccioso. Pero había una peculiaridad: no todos los que se exponían a individuos que ya estaban infectados desarrollaban la enfermedad.
Un área de investigación era si los grupos sanguíneos y los anticuerpos naturales podían influir en la propagación o la gravedad de la infección.
La distribución de los cuatro grupos sanguíneos principales (A, B, AB y O) varía entre grupos de población y regiones geográficas debido a la selección natural, el medio ambiente y las enfermedades. Hasta hace poco, los grupos sanguíneos eran comúnmente conocidos por su papel en la transfusión de sangre. Si los pacientes recibían sangre incompatible, los potentes anticuerpos naturales anti-A o anti-B podían provocar una reacción a la transfusión de sangre.
Pero las investigaciones han demostrado que los grupos sanguíneos también podrían desempeñar un papel en las infecciones y en la respuesta del sistema inmunitario del organismo. Una teoría es que los antígenos del grupo sanguíneo pueden actuar como receptores de unión que permitirán que los virus o las bacterias se adhieran y entren en las células del cuerpo.
Un ejemplo de esto es el norovirus que causa vómitos severos y diarrea. Este virus es capaz de unirse a los antígenos ABO en las superficies de la mucosa del intestino, y una vez que esto ocurre, es capaz de entrar en la célula del huésped y luego replicarse. Por otro lado, los anticuerpos anti-A y anti-B pueden formar parte de las defensas naturales del organismo y podrían limitar o incluso prevenir la infección.
¿Y los coronavirus?
Los médicos de un hospital de Hong Kong estudiaron este fenómeno e informaron de que los individuos que eran del grupo sanguíneo O parecían ser menos susceptibles al SARS-CoV que los del grupo A, B o AB. Los investigadores demostraron que el virus podía expresar antígenos en su superficie similares a los encontrados en el grupo sanguíneo ABH. También informaron de que los anticuerpos anti-A de origen natural eran capaces de inhibir o incluso bloquear la unión del virus a la célula huésped.
Esto condujo a la teoría de que los individuos del grupo O, que tienen tanto anticuerpos anti-A como anti-B, pueden tener cierta protección contra la infección.
El hecho de que los tipos de sangre y sus anticuerpos asociados influyan en la respuesta inmunitaria es una de las líneas de investigación sobre cómo el organismo es capaz de combatir y superar la infección.
La forma en que esto ocurre en COVID-19 todavía requiere más estudios para aprovechar el trabajo que ya se está realizando.
Otro descubrimiento es que la proteína de espiga del SARS-CoV-2 es única y tiene entre 10 y 20 veces más probabilidades de adherirse a las células humanas. Esto podría explicar la mayor y más rápida propagación entre las poblaciones.
La estructura de estas proteínas de espiga únicas importa enormemente porque constituirá la base para el desarrollo de una vacuna.
El grupo sanguíneo ABO ha evolucionado en respuesta a las enfermedades durante miles de años. Los antígenos y anticuerpos que forman parte de este sistema interactúan con las células del sistema inmunitario y son capaces de influir en su forma de reaccionar. A medida que conozcamos más sobre el SARS-CoV-2, el papel de los grupos sanguíneos, si es que hay alguno, puede quedar más claro.